Pensar en alimentación, en nutrición, en comer, es abrir una pantalla de imágenes y sensaciones diferentes para cada persona, para cada situación en la que la comida está presente, un estado distinto incluso para cada día de la semana o época del año.
Esta diversidad de posiciones frente al hecho de ponerse a comer, a preparar comida o a pensar en nuestros hábitos alimentarios, se debe a que la alimentación se vincula con aspectos que habitan muy dentro de uno mismo, sin a penas ser conscientes de ello.
El terreno de la nutrición es mucho más que atender a la dieta en sí. Comer es algo que nos conecta completamente con el momento presente, pero ¿dónde está nuestra mente en esos momentos? ¿en qué contexto se desarrolla la comida? ¿qué huellas del pasado forman parte de los ingredientes de nuestro menú?
- Comer es un placer para unos y, sin embargo, para otros es un auténtico calvario. Obsesionados por el peso, por el deporte, por ganar o por perder kilos, lo que nos pasa a nivel más profundo no se atiende.
- Preocupados por las dietas, las calorías y los nutrientes, olvidamos que los alimentos, como toda la materia, tienen cualidades energéticas. Y no advertimos qué tipo de energía precisa realmente nuestro organismo.
- Desconectados del presente y secuestrados por pensamientos de pasado y/o de futuro, perdemos la conexión natural con lo que nuestro organismo necesita, con lo que nuestro estado anímico precisa.
- Preocupados por calmar las emociones, nos decidamos a comer y no a nutrirnos.
Igual que un escalador mide los obstáculos que puede encontrarse para llegar a la cumbre, ser consciente de la alimentación implica desarrollar las estrategias personales para transformar nuestros hábitos.
La nutrición representa el vínculo con lo materno, con nuestras raíces, con las costumbres que hemos aprendido en nuestra cultura y sobre todo en la familia. Para nuestro inconsciente la comida es mucho más que menús o dietas. Supone lo que hemos aprendido a comer, y no solo respecto a la preparación de los alimentos de tal o cual manera, sino a los hábitos de comportamiento. De alguna forma los imitaremos o por el contrario, trataremos de evitarlo a toda costa.
Para nuestro inconsciente, la comida está ligada a la forma en la que han sido calmadas nuestras necesidades emocionales infantiles, con el afecto recibido (especialmente el ligado a las comidas diarias), con los miedos, los castigos, la falta de límites, con lo que vimos hacer a nuestros padres y cuidadores, con el clima que se respiraba en torno a la comida durante nuestra infancia.
Comer de manera sana y equilibrada es un hábito que necesita de un estado consciente. Por eso para hacer un cambio de hábitos dietéticos, es esencial liberar los condicionantes no conscientes. Así podremos entonces relacionarnos adecuadamente con la comida.
La conducta alimentaria es la expresión, la culminación de lo que está ocurriendo en nuestro interior. Por esta razón, un programa de alimentación no puede consistir solo en una dieta. Es el camino más seguro para fracasar.
Una dieta puede ser un cambio que remedie algo puntual, o bien, una forma de mantener sano nuestro organismo, de equilibrar nuestro estado de ánimo e incluso, permitirnos entrar en un contexto espiritual que sane nuestro espíritu.
La alimentación puede ser un foco constante de desequilibrio o una fuente diaria de sanación. Todo depende de nuestro grado de consciencia.
Nutrirse bien es uno de los actos de amor a uno mismo más determinantes para el bienestar y la salud.
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